Llevo toda la mañana acordándome de los miembros masculinos de mi familia. ¿Por qué?... Porque tengo un fuerte dolor de cabeza y medio gripazo, camino de convertirse en entero, que no se lo deseo a nadie.
Si este problemilla, que no me impide seguir haciendo lo que debo aunque con embotamiento y dolor de cabeza, lo estuviese sufriendo mi ex marido... el perro o gato no podría ni moverse, reinaría un absoluto y absurdo silencio en toda la casa, puede que el teléfono hubiese sido descolgado, no se habría podido ventilar, y el enfermo estaría en la cocina, baño o donde fuese con la cabeza encima de una olla conteniendo agua caliente con Vicks Vaporub y una toalla tapando todo el engendro. Tras eso, cama y silencio sólo roto por sus contínuas peticiones de "Couldina", caldos, sopicaldos y otras majaderías.
Si el semi griposo fuese mi hermano, doble ración de todo, menos de "vahos medicinales del siglo pasado"; triple de mal humor y mala leche y un nulo aguante de absolutamente nada.
En cambio mi padre estaría callado, tomándose lo que le diesen y dormitando en el sofá o roncando en la cama. El era una especie de marmota que se dormía en cualquier lado y a cualquier hora; supongo que eso le hizo, cuando le tocó, ser un buen enfermo.
Como dice la doctora Pilar Román, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI); "En general los hombres son peores pacientes, tienen más miedo a lo que les pueda pasar, soportan peor el dolor y son más quejicas"; a lo que yo añado: ¡Y, sobre todo, más tocanarices y pelmas con sus dolorosos e insoportables, pero simples, resfriados! Ni digamos si el asunto es más serio...
Pues nada, me voy con mi dolor de cabeza a tender una lavadora y a hacer la comida. Luego pasaré el aspirador, ¡ah, no, que hace mucho ruido!... Y al gato que no se le ocurra decir ni meu, que la liamos. Ja, ja... ¡JA!
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