El domingo por la tarde, como cada fin de semana, volví a casa después de estar un par de días con mis padres.
Abro la puerta y… la tele encendida! El comedor iluminado como una feria!
Entro muy enfadada y grito: “¿Quién hay?”
Yo, que siempre critico las películas cuando la chica buena (tonta) o se va a duchar o entra en su casa encontrando la puerta abierta, aún sabiendo que la persigue un maníaco sexual asesino y torturador, y, partiendo de la base que si quieres salir de mi casa o sales por la puerta por donde entras, o te tiras por la ventana, lo de entrar y gritarle al posible ladrón-atracador-asesino-serial killer- es, como dice mi amiga Carmen, de especialmente imbécil.
Aparece el gato y me mira diciendo:
“¿Qué mosca te ha picado? Estoy yo esperándote desde ayer.”
Se me enciende la bombilla y me acuerdo de que yo siempre le dejo la tele puesta en el Nacional Geografic Chanel por si dan algún documental de su interés. También le dejo encendida la bola-luz-zen color tierra para que su Karma, esa energía trascendente (invisible e inmensurable), contemple los actos realizados en vidas anteriores. Pero en cuanto a la luz del comedor, pues sencillamente se me olvidó apagarla, o sea 200 vatios encendidos durante 24 horas.
Supongo que a final de mes la compañía de la luz mandará una carta agradeciéndome el detalle en euros.
1 comentario:
Y si lo sigues haciendo cada fin de semana, en Navidad te mandan hasta un jamón de Jabugo. ¡Prúebalo!
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