A mi siempre me han gustado cambiar las cosas de sitio, la monotonía decorativa siempre me ha agobiado, y sigue haciéndolo aunque en menor medida. Los mismos muebles en el mismo sitio, los mismos objetos en los mismos estantes, los mismos libros en el mismo sitio... ¡Qué horror, no lo soportaba!
En mi otra casa -la grande-, como disponía de mucho espacio, tan pronto los sofás estaban mirando a la terraza como de espaldas a ella. Salvo las lámparas de techo y los cuadros, por aquello de los agujeros, nada quedaba demasiado tiempo en su sitio original. En esta, bastante más pequeña, para seguir con mi manía tendría que empezar por bajar la mitad de muebles a la portería para poder cambiarlos de sitio, luego volverlos a subir y tampoco es plan.
Como no estoy para subir y bajar muebles, me tengo que conformar con cambiar todo lo que está sobre estantes, mesas y elementos auxiliares. Así un día mis elefantes de ébano están sobre el chiffonier y, a la semana siguiente, en el centro de la mesa del salón. La estatua de Buda es la que más recorrido ha hecho: ha estado en todos sitios salvo sobre la tapa del WC o la encimera de la cocina.
¿Y por qué cuento esto? Pues porque, para esta menda, lo que no se mueve está muerto y este blog, con poco más de un mes de vida, está más vivo que nunca. Nosotras también y por eso hasta la ilustración de este post es más jovial y alegre. Aunque, aviso, volveré a insertar dibujos de viejas con gatos. Tengo que amortizar las dioptrías gastadas con tanto "paint"; los tiempos no están para desperdiciar nada y menos dioptrías, que las gafas están muy caras.
1 comentario:
Ya lo he dicho pero me gusta, a mi los pajaros aquellos me daban como grima, aunque lo bueno son vuetras historias, que eso no cambie
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