Hacía días que ya tenía el carnet de
conducir y el coche también, nuevecitos los dos por supuesto. Un fantástico
Y-10 de color rojo que mi marido (o oso como lo llama mi amiga) no me dejaba
conducir sola y me daba la paliza sentado en el asiento de al lado. Harta de
tanta tontería junta, me enfrenté y le dije que se bajara de MI coche. Y así lo
hizo. Envalentonada por mi hazaña, llamé a mi amiga Cris
Talina y le dije que si quería ir a dar una vuelta conmigo.
Entonces se nos ocurrió ir a Tarragona a
ver a mis padres. En la autopista bien, sólo cambié de quinta a segunda unas
cuantas veces, con el único inconveniente de un pequeño ruido molesto. En la
general tampoco fue tan mal, se me ocurrió adelantar una camioneta mientras un
coche me estaba adelantando (no miré el retrovisor), el bocinazo me hizo girar
el volante hasta acabar en la cuneta, pero salimos airosas.
Al llegar a la finca de mis padres, hay que
coger un camino muy empinado: embrague, primera y acelerador… y ¡Oh, oh...
buzón! El buzón iba doblándose lentamente delante del capot de mi Y-10 mientras
nos reíamos a carcajadas. Mis padres ya no tienen buzón, no importa al ser una
casa de campo tampoco llegaba el correo.
Tras comer en familia nos volvimos a
Barcelona y la acompañé a su casa. Hago notar que para llegar a su casa hay que
subir por una calle bastante estrecha. Pues fue una subida ligeramente ruidosa,
mi retrovisor derecho estuvo haciendo amistad con los retrovisores de todos los
coches que estaban aparcados, un montón de “crash” con el consiguiente
“desternillamiento” de las mendas.
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