Creo que, desde siempre, mi gran obsesión han sido los zapatos y los bolsos. Sin ser una loca Imelda Marcos que tenía tropecientos mil pares de zapatos, yo también tengo unos cuantos, aunque siempre me ponga los mismos, los más cómodos, léase los más gastados. Con las botas me sucede exactamente igual, 8 pares nuevos o semi nuevos y yo con unas que, un día, se desintegrarán en plena calle y me dejarán con los pies sobre el asfalto.
Ahora me he calmado, como en todo, pero en mi época de "ejecutiva agresiva" -como decía el oso- llegué a comprarme dos pares iguales negros y dos más en marrón. ¿Por qué? Porque me gustaban tanto y eran tan cómodos que temía quedarme sin. Locura o estupidez, pero nada de persona sensata y normal.
Por aquella época también compraba zapatos que ya, en la tienda, me hacían ver las estrellas pero como eran muy bonitos y tenían el tono del traje "x", pensaba "ya los domaré". ¿¿Domar??... ¡Ja! No solo no los domaba si no que me destrozaban los piés. De ahí viene mi afición a ir descalza por casa.
En verano tenía un truco: cada vez que pasaba cerca de una fuente, me sacaba los zapatos, los mojaba y me los volvía a poner. Así "domé" muchos, pero en invierno la cosa se complicaba y lo tenía que hacer en casa; pero como allí tenía la opción de quitármelos, la "doma" no duraba más de 15 minutos seguidos y podía pasarse la temporada entera sin haberlo conseguido. Resultado: ¡dinero tirado!
Os preguntaréis, ¿por qué no me compraba un número más? Pues sencillamente porque no lo había. En los años 70, 80 y mitad de los 90, el número mayor era el 39. Sí habían 40, cuatro, contados, horrorosos y de vieja; y yo que necesitaba ese número, me tenía que jorobar y ponerme uno menor.
Aún ahora, cuando tengo que comprarme zapatos, voy a principio de temporada, ya que si espero un poco, los 2 pares del cuarenta que reciben se han volatizado. ¡Ventajas de ser la jirafa más pequeña de este mundo!...
Y menos mal que en la actualidad, las medidas de los españoles han crecido y con ellas las tallas. Cuando era joven hasta los pantalones me los tenían que hacer a medida porque me quedaban "para ir a cruzar el río". No es de extrañar el complejo de "larga" que tenía... Ahora estoy encantada, pero han tenido que pasar muchos años para conseguir encontrar zapatos, pantalones y estar orgullosa de mi 1,75 m. ¡Quien me lo iba a decir!... A la casi vejez, viruelas.
1 comentario:
¡Hola Carmen! Pues yo todavía te paso algún centímetro, jajaja... A mí también me tocó "domar" más de un par, con un líquido que se llamaba Adaptador. Eso era un auténtico suplicio... cuántas locuras hemos tenido que hacer. Hace unos años me quise resarcir de aquello y abrí una zapatería de tallas especiales, que desgraciadamente tuve que cerrar. Tengo en casa unos cien pares que me sobraron y un blog en los que los vendo, a ver si hago un poco de sitio en casa. Fue una bonita experiencia, pero los tiempos son malos. En fin, perdón por el rollo, pero te entiendo tan bien. Un saludo ;)
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