Como ya escribimos en una entrada al principio del blog,
pero por sí alguien no lo sabe yo vengo de una casa de familia numerosa,
familia numerosa de las de antes, no las de ahora que con tres hijos ya los
son. En mi casa vivíamos 12 personas. Esto lo escribo para que os hagáis una idea de
como nos educaron. En casa no había mucha diferencia en ser chica o chico,
vamos que no se hacían muchas diferencias, que en esa época ya era mucho.
Cuando me case, lo hice con un chico catalán “el nen de la
casa”, o sea, educado en las normas de entonces, mimado y acostumbrado a que en
su casa las cosas las hacía su madre o su hermana y él solo tenía que pedir, y
para rematar educado en los jesuitas.
La diferencia de educación en ambas familias era bastante
grande, pero poco a poco tanto él como yo nos fuimos acostumbrando a adaptarnos
en la forma de vida, aunque casi siempre salía ganado él. Lo que si hacía yo
era ir ganando pequeñas batallas para demostrar que en nuestra casa eso del
machismo no iba a funcionar.
Como él ya no tenía padres, todo lo de su casa vino a la
nuestra y entre esas cosas esta todo lo que era la ropa de la casa, que de
verdad era bastante. Habían toallas sin estrenar, un montón de manteles
bordados a mano, que dicho sea de paso, era un coñazo el lavarlos y tenerlos de
planchar luego y una cantidad importante de juegos de sabanas también, como los
manteles, bordados a mano.
Un día mi marido viéndome planchar unas sábanas, cosa que ya
no era lo que mas me gustaba precisamente, se le ocurrió preguntarme cuantos juegos de
sabanas teníamos y como os podéis imaginar le contesté que ni idea, vamos que
nunca se me había ocurrido contar la cantidad de sábanas, toallas, manteles o
trapos de cocinas que teníamos. Al chico se ve que no le gusto mi respuesta y me
pegó un rollo de narices explicándome que deía que saber lo que teníamos. En
uno de mis arrebatos de feminismo que me daban de vez en cuando no se me
ocurrió otra cosa que coger un montón de sábanas y ponerlas encima de la mesa
del comedor, busque un rotulador de los gordos y le llamé para que viniera un momento. El chico vino presto y como no, me preguntó que hacía ese montón de
sábanas encima de la mesa. Yo muy tranquilita le dibujé un “1” en la primera
sábana bien grande y la aparté. Sus ojos le salían de las órbitas y su cara era
de estupor. Cogí la segunda sábana y escribí un “2”. El grito de “para pero que
haces, te has vuelto loca” fue
importante. Yo muy pausadamente le expliqué que estaba numerando las sabanas
para saber exactamente las que teníamos y que encima eso tenía la ventaja de
que me podía ir diciendo cada tres días el juego que le apetecía que pusiera en
la cama, y que tenía razón ya que numeradas me sería mas fácil encontrar cuales
eran.
Con dos sábanas numeradas ya había bastante, el chico se
quedó de un aire, pero yo conseguí que nunca mas me volviera a preguntar algo tan estúpido.